El 1 de mayo de 1.566 zarpó del puerto de Acapulco el galeón “San Jerónimo” rumbo a las islas Filipinas. El buque había sido abastecido y tripulado con el propósito de reforzar la expedición de Miguel López de Legazpi que había partido del puerto de Navidad, en Nueva España, dos años antes. El galeón estaba mandado por Pedro Sánchez Pericón y lo pilotaba Lope Martín, sujeto de pésimos antecedentes, al que se responsabilizaba de deserción del patache “San Lucas” cuando formaba parte de la flotilla de Legazpi.
Muchas veces lo real sobrepasa lo imaginario y este es el caso de lo sucedido; Lope Martín había sido obligado por la Real Audiencia de Méjico a pilotar el “San Jerónimo” para que fuese juzgado por el propio Legázpi a su llegada a Filipinas. Ni que decir tiene, que Lope Martín no tenía la menor intención de rendir cuentas a Legázpi. Contaba con la complicidad de Rodrigo de Ataguren en Acapulco, quien por encargo de la Audiencia era el responsable de reclutar a soldados y marineros para la dotación del buque. Ataguren consiguió reunir entre los tripulantes gente de la peor calaña; entre ellos a un sujeto de malos instintos, antiguo soldado de las campañas de Italia y poco de fiar, llamado Ortiz Mosquera a quien se le encomendó el mando de los soldados embarcados. Cuando llevaban varios días de navegación, el piloto comenzó a soliviantar a parte de los tripulantes y a murmurar sobre la cantidad de agua que consumía el caballo, propiedad del capitán. Un día el animal apareció muerto a cuchilladas en la bodega. Sánchez Pericón no era un hombre blando, al contrario, era riguroso y exigente; inmediatamente ordenó una investigación, pero las pesquisas no duraron mucho. A la noche siguiente un grupo de hombres armados entró en la cámara del capitán y lo asesinaron junto a su hijo.
La conmoción entre los que no formaban parte
de la conjura fue extraordinaria. Lope Martín que, había convencido a Ortiz de
Mosquera para cometer el asesinato, decidió eliminar a éste para quedarse con
el mando del barco; así que decidió hacer una parodia de juicio para aparentar
que se iba a impartir justicia. Para reducir a Mosquera, que era un hombre de
gran fortaleza y de violento carácter, decidió invitarle a una comida en la
cámara del barco; allí después de emborracharle le engrilletó las manos
aparentando una broma y le acusó formalmente de haber asesinado a Pericón. Allí
mismo se levantó un acta redactada por el escribano que también formaba parte
de los conjurados, acusándole de haber asesinado al capitán y ser culpable,
además, de conducta pederasta. Mosquera, en medio de su borrachera, empezó a
darse cuenta de lo que pretendían hacer con él y opuso una fuerte resistencia.
Tuvieron que reducirle entre varios, arrastrarle a la cubierta y colgarle de
uno de los mástiles. Finalmente lo descolgaron y lo tiraron al mar, al parecer
todavía vivo, según el testimonio de uno de los presentes.
El galeón siguió su rumbo a las
Filipinas, pero Lope Martín que, no estaba dispuesto a enfrentarse a Legázpi y
darle explicaciones sobre lo sucedido, tomó la decisión de abandonar en una
isla a la parte de la tripulación que no estaba involucrada. Para ello, con la
excusa de que el barco estaba en malas condiciones para navegar, al llegar a un
atolón, convenció a todos de que el buque necesitaba un carenado y que debía
ser descargado mientras la tripulación acampaba en tierra- Estuvo a punto de
cumplir su propósito de huir en la noche con el galeón, dejando abandonados en
la isla a los que no eran sus partidarios, pero el contramaestre Rodrigo de
Angle se percató de sus intenciones, y de
acuerdo con el capellán del barco y un grupo de leales, entraron en el
buque y tiraron al agua al encargado por Lope Martín de la vigilancia a bordo. Seguidamente
se separaron de la isla y mandaron el batel para que se embarcara el grupo de
leales que había quedado en tierra. Así lo hicieron, quedando Lope Martín en la
isla con veintiséis de sus partidarios. Estos rogaron, enarbolando una bandera
blanca, que no les dejara abandonados ofreciendo a Rodrigo de Angle, matar al
piloto si así lo deseaba, pero el contramaestre al contrario y a la vista de
todos, mandó colgar de los palos a dos de los conjurados que habían quedado a
bordo. Antes de hacer rumbo a Filipinas, les envió algunos víveres dejándolos
abandonados a su suerte. Jamás se volvió a saber de ellos.
El buque antes de llegar a la isla de
Cebú, donde estaba asentada la expedición de Legázpi, pasó una verdadera
odisea. Sin piloto y nadie que supiera de navegación estuvieron errantes varios
días hasta que el capitán Juan de Isla, que había sido enviado por Legázpi en
una misión de exploración, dio con ellos y los condujo a Cebú. Allí se celebró
un juicio que condenó al escribano, que había levantado el acta de condena de
Ortíz Mosquera, a ser ejecutado; sentencia que se cumplió sin dilación.
Esta fue la aventura del Galeón “San
Jerónimo”, digna de inspirar el guión de una buena novela de aventuras.
Galeón San Jerónimo - Ilustración de Juan Carlos Arbex
Autor: Jose Luis Asúnsolo
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