EL SISTEMA DE NAVEGACIÓN EN LA ÉPOCA DE LOS DESCUBRIMIENTOS
Durante siglos gentes de todas las
partes y culturas del mundo se las han ingeniado para ir de un lado a otro por
el mar sin perderse. Cada uno en su entorno y dentro de sus conocimientos
idearon sistemas que les permitieran conocer donde se dirigían y su posición.
Mientras se navegará por aguas
costeras no había problema, ya que se podían coger referencias conocidas de las
costas. Entre generaciones de marineros estas se transmitían primero oralmente
y luego se plasmaron gráficamente, naciendo las primeras cartas y rosas de
direcciones. Los navegantes polinesios de las islas Marshall, por ejemplo,
usaban una especie de trenzado de fibras
vegetales con conchas marinas para representar los rumbos e islas (Rebbelib).
Los vikingos tenían su propia rosa de vientos (Vegvísir), etc.
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Rebbelib de las Islas Marshall |
En occidente ya desde época remota los
geógrafos y navegantes plasmaron sus descubrimientos
mediante escritos. Dos de los más conocidos son el “Periplo de Excilax” escrito
en griego por Excilax de Carianda a
finales del siglo IV a.C. que narra la circunnavegación del Mediterráneo y el Mar
Negro y el “Periplo de Hannón” (entre el s. IV al II a.C.) que según parece
navegó más allá de las columnas de Hércules por las costas del Oeste de África.
El Mediterráneo era un mar conocido y
muy navegado desde la antigüedad donde se podía navegar siempre con la costa a
la vista y alejarse dos o tres jornadas sin volver a verla era difícil. Algo
parecido se podía decir de las costas del Atlántico Norte, cuyos accidentes
geográficos eran conocidos por los navegantes. Siempre que no se alejaran
demasiado podían volver a ver tierra navegando hacia el Este. Ya los fenicios
habían surcado las costas del oeste de la Península Ibérica y llegado hasta las
islas Británicas (Casitérides) en busca
de estaño para fabricar bronce.
A partir de la edad media, cuando se
abren las rutas de las especias, que en occidente tenían más valor que el oro,
adquiere la navegación de altura una gran importancia. A causa de la caída de
Constantinopla en 1453 se dificulta el acceso terrestre a las rutas de las
especias por oriente y se ve la necesidad de encontrar nuevas rutas comerciales
con a Asia y los centros productores de
especias. Estas nuevas rutas requerían la navegación de altura en muchos casos
y navegantes españoles y portugueses toman la iniciativa ingeniándoselas con
los conocimientos que tenían hasta el momento.
Los cuatro términos de la navegación
necesarios, desde el momento en que los pilotos, lejos del litoral, debían
‘echar el punto’, esto es, saber en qué coordenadas geográficas se encontraba
el barco son: la latitud, longitud rumbo y la distancia.
La esencia de la navegación marítima se
encuentra, en los conocimientos, los instrumentos y las técnicas que permiten
determinar las coordenadas geográficas que definen la situación del buque en la
mar y dirigir la navegación de forma segura y eficaz. Para lo cual resulta
fundamental la disposición de cartografía náutica con la representación sobre
un plano de la porción de la superficie terrestre donde se efectúa la
navegación. Si se dispone de cartas náuticas precisas y conocimientos de los
obstáculos, las corrientes y los vientos, la empresa de llevar un navío de un
lugar a otro se facilita enormemente.
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Portulano de Jorge Reinel (1519) |
No siempre ha sido posible determinar
con precisión estos términos ya que los instrumentos y conocimientos náuticos
no lo permitían, y antiguamente en la mayoría de las ocasiones el lugar del
destino y la mejor ruta para llegar a él solo se conocía de oídas ya que hasta
que un navegante llegaba por primera vez no había cartas ni derroteros y estos
eran ocultados como secretos de estado bajo pena de muerte.
La determinación de la latitud,
nuestro primer término de la navegación, esto es la posición más al norte o al
sur de un barco, se determinaba con más o menos precisión desde la antigüedad
utilizando diferentes aparatos que fundamentalmente median la altura meridiana a
el Sol o la altura a las estrellas. Aparatos como el astrolabio náutico, el cuadrante o la ballestilla eran de uso general entre los navegantes para determinar la
latitud.
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Ballestilla |
La longitud, posición más al este y
oeste, entrañaba más dificultad. Se establecía por estima, de forma aproximada, partiendo de un punto y conociendo la velocidad y el rumbo. Constituyo uno de los mayores retos en la
historia de la navegación y muchos países pusieron su empeño en solucionar este
problema para lo cual no dudaron en hacer concursos y premiar a quien diese con
la clave. En realidad, no fue posible determinarla con exactitud hasta que no se
fabricaron cronómetros náuticos de precisión en el siglo XVIII por parte de
John Harrison. El primero, el H1, fabricado en 1735 pesaba 34 kilos. En 1759
con el H4 había logrado reducir el peso a 1360 gramos.
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Cronómetros marinos de Harrison |
El rumbo era determinado normalmente
con la brújula, que ya se conocía desde la antigüedad en oriente, pero no fue
hasta el siglo XII que se comenzó a emplear en la navegación marítima. El padre
agustino Alejandro Neckan cita en sus obras en el año 1180 el rudimentario
sistema de calamitas, diciendo: “Los marinos en el mar que debido a tiempos
nubosos pierden de vista el Sol durante el día, o que a causa de la oscuridad
en la noche pierden el conocimiento del rumbo a que navegan, tocan una aguja
con el imán, la aguja se pone a dar vueltas, hasta que su movimiento cesa y su
punta se encuentra entonces dirigida al norte”. La descripción más antigua de un la aguja
magnética, que perfeccionado ha llegado a nuestros días, se debe a Pedro
Peregrino de Maricourt, en su “Espistola de Magnete” fechada en 1269. La distancia se podía determinar partiendo de
la velocidad medida con la corredera o sistemas similares. La corredera de
barquilla se comenzó a usar a principios del siglo XVI pero ya anteriormente
los marinos determinaban la velocidad del barco por el tiempo que tardaba un
objeto (madera normalmente) lanzado por proa en recorrer la eslora del barco.
El tiempo se media mediante la ampolleta o reloj de arena.
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Corredera de barquilla |
Es de imaginar que la precisión que
permitían dichos instrumentos y métodos dejaba mucho que desear.
Dado que hasta el siglo XVIII no fue
posible determinar la longitud con precisión los antiguos navegantes navegaban por latitudes.
Por la facilidad de uso, ningún método de navegación que se guie por el cielo
ha sido tan útil a la navegación.
La latitud de un lugar es
fácilmente determinada según la posición de los astros en el firmamento, solo
es necesario determinar ésta con los diferentes instrumentos náuticos, para
conocer la nuestra latitud y si conocemos la del lugar de destino conseguiremos
llegar allí.
Los movimientos de los astros se
recogían en los almanaques, que eran tratados y tablas que predecían la
posición de los astros y el recorrido de estos a lo largo del año. Uno de los más
conocidos fue el del hebreo Abraham Zacuto que fue profesor en las
universidades de Salamanca, Zaragoza y Cartagena, y que publico el “Almanach perpetuum celestium motuum” en 1478. Hoy día, en España, el Almanaque
Náutico es una publicación oficial que se edita anualmente por el Real
Instituto y Observatorio de la Armada en San Fernando. Todos los países con
tradición marinera publican sus diferentes tablas y almanaques náuticos.
Solo
había que medir la altura a un astro conocido y realizar los cálculos para
determinar con el almanaque la latitud a la que correspondía dicha altura.
Alejarse de la costa siguiendo una
determinada latitud permitía regresar de nuevo al punto de salida siempre que
se navegara por la misma latitud, pero en sentido contrario. La premisa
“paralelo correr, tierra encontrar” era la base fundamental para navegar.
El navegante organizaba su salida
desde un puerto conocido que se hallara en la misma latitud que el punto de
llegada o en su caso navegaba al sur o al norte hasta llegar a la misma latitud
que el destino para así mantener el rumbo del barco navegando siempre en sentido
este u oeste según convenía.
Cristóbal Colón se valió de este
método para navegar hasta el Caribe. Dado que su objetivo era llegar a la India
y dado que ya conocía la latitud de Calicut, la ciudad de las especias, (11°25’
N) sólo tenía que partir de Canarias (28°N), y navegar hacia el sur hasta alcanzar latitudes
correspondientes a la India (entre 24°N y 8° N) para luego navegar al oeste y
así supuestamente llegar a la India. Además, en este caso contaba con el hecho
de que los vientos Alisios le favorecían. Lo que no tuvo en cuenta Colón es que
entre Asia y África se interponía otro continente.
Este método no requiere cálculos
complejos, todo lo necesario para mantenerse en la dirección este-oeste es
mantener un cuerpo celeste en la misma altitud del meridiano, es decir su
altura angular sobre el horizonte en el meridiano. Por la noche se podía
utilizar una estrella (Ej: La Polar en el Hemisferio Norte), que con una corrección del almanaque cumplía su
propósito.
Durante el día se tomaba la altura del Sol por
el paso del meridiano y con su declinación para el día correspondiente
consultada en el Almanaque Náutico se saca la latitud mediante unos sencillos cálculos.
Los
principales instrumentos para medir la altura de un astro fueron en orden
cronológico: el astrolabio, el cuadrante náutico, la ballestilla, el cuadrante de Davis y el sextante. También se utilizaron otros instrumentos como el Kamal,
muy usado por los navegantes árabes del indico o el circulo de reflexión y el
octante que fueron los precursores del sextante. Hoy en día todavía se usa el
sextante y es obligatorio el disponer de uno así como de las correspondientes
tablas náuticas en todos barcos que están homologados para la navegación sin límites
de distancia a costa (BOE 119 19/05/2021).
Se
podía navegar este-oeste sin ayuda de instrumentos complejos, simplemente
guiados por los astros o valiéndose de sencillos instrumentos como algunos de
los descritos anteriormente, incluso en épocas en las que todavía no se usaba
la brújula. Los vikingos lo lograban manteniendo constante la sombra proyectada por un palo vertical. (clic en el enlace para ver video)
Por
supuesto que navegando en latitudes no siempre se conseguía llegar por el
camino más corto ni por el más rápido. Al no conocer con exactitud el efecto de
las corrientes y los vientos, ni disponer de cartas náuticas precisas, la ruta
que se elegía no era precisamente la más efectiva.
Colon
conocía el efecto de los vientos alisios y la corrientes ecuatoriales y los
aprovecho en sus viajes de ida partiendo desde Canarias. El retorno desde el
Caribe normalmente se hacía por una ruta más al norte, por las Azores, para
aprovechar la corriente del Golfo y del Atlántico Norte. Todavía hoy en día son
las rutas más utilizadas para cruzar el Atlántico a vela.
El
“tornaviaje” desde Filipinas fue un hito en la navegación, que consiguió que el
regreso desde Manila hasta Acapulco se acortase notablemente cruzando el
Pacifico por el norte y aprovechando la corriente de Kuroshio. Aunque el
descubrimiento y documentación de esta ruta se atribuye a Andrés de Urdaneta y
Miguel López de Legazpi el primero que la realizo fue el capitán Alonso de
Arellano que a bordo del patache “San Lucas” arribo al puerto de la Navidad el
9 de agosto de 1565, dos meses antes de que Urdaneta llegara a Acapulco.
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El tornaviaje |
En el año 2021 se celebró el 500 aniversario de la primera vuelta al
mundo por Juan Sebastián Elcano. En estos siglos el arte de la navegación ha
avanzado enormemente y no nos podemos imaginar las dificultades que tenían
antiguamente para poder llegar a su destino con barcos tan frágiles y medios
tan sencillos y escasos, pero esas gestas pueden compararse, si no superar, a
otras como la llegada del hombre a la Luna.
Esperando que haya sido interesante.
Un saludo y siempre "por lo mojao"
Angel Romero Bello